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A la India en moto: un sueño hecho realidad

  • fareiventa
  • 9 feb 2017
  • 14 Min. de lectura

Italia, Grecia, Turquía y llegada a Irán


Todo empezó por un sueño, de esos que tenemos por cumplir y que por unas cosas y otras vamos dejando de lado; uno de los muchos que tengo pendientes de hacer realidad, o al menos intentarlo. Creo que cuando la vida nos pone entre la espada y la pared es cuando reaccionamos, tras una terrible negligencia médica en el año 2010 que terminó conmigo a dos horas de la muerte, me desperté en la UCI de un hospital tras haber estado casi un mes en coma y aunque después vinieron años muy duros, un buen día decidí dejar de lamentarme y cumplir sueños y uno de ellos era éste “ir a la India en moto”.




Me puse manos a la obra, leyendo sobre los diferentes países que iba a atravesar, hablando con unos y con otros, recopilando toda clase de información, preparándome para los terrenos por los que tendría que rodar y haciéndome con la nueva moto, que no me resultó fácil, tras toda mi vida en el mundo custom me había comprado una GS, a la que bauticé como LUSI, en honor a mis dos labradoras, Luka y Sira.


El 22 de septiembre del pasado 2016, escoltada por algunos amigos hasta el límite de provincia con Cantabria, inicio el viaje que me llevará por Italia, Grecia, Turquía, Irán, e India, Pakistán me resultó imposible, y aunque lo intenté, “mujer sola, en moto, visa no”.


Barcelona-Italia-Grecia

Decido tomar un barco en Barcelona hasta Italia, atravesar la “bota” y tomar otro hasta Grecia, era una forma de ganar tiempo. El barco llega puntual a Civitavecchia en Italia y me voy directa a Bríndisi, mi otro barco para llegar a Grecia.

Me apetece mucho adentrarme en Tríkala una bonita ciudad griega y rodar entre sus montañas. Termino literalmente perdida en una carretera llena de curvas muy cerradas, disminuyo la velocidad y poco a poco comienzo a ver montañas redondeadas, el GPS me lleva por un camino de tierra que empieza poco a poco a estrecharse, muchos kilómetros en tensión y sin ver ninguna casa, pero el GPS indica que es por allí y como no había forma de dar la vuelta continúo hasta “arrepentirme de continuar unas cuantas veces”, y ahora, ahora pienso lo bonito de una foto, pero en esas situaciones en lo único que puedo pensar es en salir de allí y entonces, de repente, empiezo a ver un vallado y fincas más o menos organizadas y ya sí, al fondo unas casas y una carretera asfaltada….¡Ahora sí!, paro la moto, me quito ropa, bebo agua y respiro pensando en la alegría tan grande de ver casas.


Continúo ruta hacia Alexandroupoli y cae la noche, así que me quedo en un hotel de Salónica. Bordear el mar Egeo es sencilla y llanamente espectacular, con su color turquesa, sus calas, su arena blanca… ¡Dios que sensación de felicidad! a una le dan ganas de pararse a cada rato para hacer fotos, porque verdaderamente es una postal de infinita de belleza.


Los griegos son gente muy agradable, pero gritan un montón y por cierto las cocineras fuman en la cocina, los camareros fuman en el bar, los clientes fuman en el local, los perros entran a los restaurantes, los gatos hasta se suben por las mesas. Avanzando en mi viaje me fui dando cuenta de que cada vez se conducía peor a medida que me acercaba a la India.

La carretera hacia Alexandroupoli fue más bien pista de tierra y hormigón maltratado. Hubo un momento en el que estuve sola en mitad de la nada durante unos 80 Km. cuando de repente, un empedrado hacia arriba en mitad de la pista con una bajada de vértigo y piedras tamaño XL… ya no había marcha atrás, me lancé y lo pasé…¡Quién me lo iba a decir a mí!.. Lo cierto es que fue un momento de plenitud y LUSI, se portó!


En Alexandroupoli, no encuentro habitación libre, así que me lanzo a acampar. La mañana siguiente, un espectacular amanecer compenso toda una noche sin dormir, y es que a veces el mejor hotel lo llevamos en las alforjas.


Turquía

Pongo rumbo hacia la frontera con Turquía entrando por Edirne, noto las consecuencias de los atentados que ha sufrido el país porque los registros son minuciosos, la frontera al igual que el resto del país está tomada por la policía y el ejercito, con continuos controles repartidos por todo el país.

Una vez pasada la frontera, me paro para hacer unas fotos y aparecen unos militares que me obligan a continuar, así que continúo y a los pocos kilómetros otro control de trincheras con sacos que levantan en mitad de la carretera. Definitivamente Turquía está en alerta máxima.


Turquía es el paraíso del off road, miles de kilómetros de pistas de todo tipo, por las que puedes rodar sin ningún problema, entretenidas, sencillas, complejas, obligatorias, es un disfrute absoluto para los amantes de este tipo de conducción.


Estambul

Al fin llego a la locura de Estambul entre el sofocante tráfico, los griegos empiezan a ser buenos conductores al lado de los turcos. Estoy perdida y me paso más de dos horas entre un tráfico que no fluye y en el que no dejan pasar ni a las ambulancias con las sirenas puestas.

De repente, me veo en mitad de un barrio céntrico, entre camiones, furgonetas y carros con mercancía que se cae aquí y allí, cuando un camión se pone a dar marcha atrás y me quedo a escasos 15 centímetros de él sin posibilidad de retroceder, estaba cuesta abajo, los golpes en la puerta de un hombre que pasaba por allí impidieron que Lusi y yo termináramos en el suelo bajo sus ruedas.


Después de un buen rato entre callejuelas, encuentro un hotel, la calle no parece muy segura y no hay parking, pero estoy tan cansada que decido quedarme allí y durante dos días visitar la ciudad. Me voy a dormir pronto porque quiero madrugar para visitar Estambul sin aglomeraciones y así fue, porque tras el correspondiente control policial, pude ver el Gran Bazar, el mercado de las especias, la Mezquita de Santa Sofía, la Pequeña Sofía, La Mezquita azul, El Palacio Topkapi, la Mezquita de Suleimán, la plaza Taksim... Pude callejear por las estrechas calles llenas de tiendas que se organizan por gremios, en una calle venden solo zapatos, en la otra solo juguetes...


Olores y sabores se perciben a cada paso, al igual que esa mezcla de Europa y Asia que se une con el Bósforo, ese puente colgante de tres carriles a cada lado. Me llama la atención que todo el mundo en su casa, en su balcón o negocio tiene la bandera turca ondeando.

Al día siguiente, a las 5,30 de la madrugada, pongo rumbo a Pamukkale y Estambul me regala unas fantásticas vistas nocturnas; atravesar el puente colgante a las seis de la mañana todo iluminado es una maravilla.


Pamukkale

Quiero dormir en Pamukkale o castillo de algodón en turco. Me siento pequeña con mi moto al lado de semejante paraje. Un lugar donde los movimientos tectónicos no solo produjeron terremotos, sino que ocasionaron la aparición de numerosas fuentes de aguas termales. Siendo una atracción turística conocida a nivel mundial, me llamó mucho la atención que la mayoría del turismo era local, y es que el tema de los atentados se nota en Turquía.


Pero Pamukkale no es solo piscinas de aguas termales, también tiene las increíbles ruinas de Hierápolis, antigua ciudad helenística. Tanto tiempo escuchando, leyendo, viendo por diferentes medios Pamukkale y allí estoy, llena de plenitud y disfrutando de un viaje que estará lleno de momentos como este.

En el hotel, los dueños, dos hombres mayores me invitan a compartir un vino con ellos y charlamos sobre Turquía y sus últimos acontecimientos, el golpe de estado que había sacudido al país hacía dos meses, ellos me decían: “los gobiernos son una cosa y el pueblo otra”, apenados por ver como el número de turistas a descendido considerablemente.


Mis dos días en Pamukkale llegan a su fin, y tomo la carretera que me llevará a Capadocia, sinuosa, con un asfalto muy malo y brillante como el cristal, y de repente, perdida, el GPS no me ubica y de nuevo, mi mejor aliado, un buen mapa, que me sacaría de más de un apuro en Irán.

Durante casi 600 kilómetros conduzco por una carretera con lagos y parques naturales, como el lago Egirdir, Beysehir o el Bozdag Milli Park, es la carretera D350, que si bien es compleja, merece la pena y te dan ganas de parar para hacer fotos a cada Km. que avanzas.

En Konya, paro en una gasolinera y el hombre me saca un té, acepto y después de un rato me pregunta cuánto tardarán el resto de motos en llegar, a lo que contesto que viajo sola, recuerdo su cara de sorpresa, ¡SOLA!, ¿Por Turquía?, se levanta, avisa a un chico que había dentro, se sacan una foto conmigo y me desean suerte.


Capadocia

Recuerdo la llegada a Capadocia como algo impresionante, detrás de una gran curva, de repente, ¡Buaff!, ¡castillos tallados en montañas redondeadas que parecen salidos de un cuento de hadas!... Es tarde, se está escondiendo el sol y saco mi cámara para hacer unas fotos con la mejor luz, avanzo por la sinuosa carretera entre estas peculiares montañas en busca de un hotel y termino en uno de dos artistas, con los que tendría interesantes tertulias y que me regalarían un libro escrito por ellos sobre la región.

Capadocia es una maravilla, es dejarse perder con tu moto, entrar en una pista y salir a una carretera que serpentea entre caprichosas rocas cónicas, es parar cada tanto, pasear por Goreme, pueblo al que accedes entre montañas de hadas, y también, arropados por esa luz del amanecer, ¡el segundo amanecer más bonito de mi vida!, hay que dejarse llevar, escuchar, sentir, oler, mirar, mirar, mirar... una experiencia que merece la pena ser vivida una vez en la vida, y si es en moto, mejor.


Después de semejante amanecer, emprendo viaje hacia la frontera con Irán; la intención es entrar por Esendere, carretera complicada y más aún cuando aquí los turcos ya conducen peor que los griegos que a su vez conducen peor que los italianos…

Casi 1.200 Km. me separan del paso fronterizo, las pistas son excepcionales, caminos donde te pierdes y huyes de las carreteras para rodar plácidamente, tú y tu moto, no existe nada más.

De repente, ya de noche cerrada, termino en lo alto de un monte sin saber muy bien como en un camino de piedras y sin poder acampar; no soy experta en off road, ni mucho menos, pero hay momentos en los que no te queda más que tirar para adelante y este fue uno de ellos, al fondo se veía luz, así que respiré, apreté los ojos y me tiré por aquella pendiente en la que no conseguía ver el camino y quizás eso fue lo mejor, así que poco a poco y venciendo el miedo a la incertidumbre, fui llegando a un pueblo perdido del interior de Turquía, con un solo hotel en el que me quedé; de esos típicos lugares donde no ven turistas, y menos en moto, y menos mujer, y menos sola, así que todos me miraban extrañados, dormí, más o menos, con ese cosquilleo de que al día siguiente llegaría a Irán.


Tras el desayuno turco que se compone siempre de ensalada de tomate con pepinos y unos huevos cocidos emprendo mi ruta hacia la frontera.


Frontera Turquía-Irán en Esendere

La carretera es complicada, estrecha, con curvas muy cerradas y un asfalto muy malo, los camiones que te cruzas, hacen rectas las curvas y eso complica todo todavía más, alguno me sacó de la carretera y es que, como he dicho anteriormente, a medida que te acercas a India la conducción es cada vez peor.

Esta zona de Turquía es diferente a todas las que estamos acostumbrados a ver en los folletos turísticos, es una zona interior del país, ruda, agreste, con muchas pistas para rodar en moto, de repente la pista termina en una carretera, y a los pocos metros, allí estaba, el panel informativo que me decía ¡IRAN ESTÁ CERCA!. Los siguientes kilómetros fueron complicados, muchas obras sobre caminos y con soluciones no muy pensadas, como cortar un camino y ponerte montones de tierra y piedra como carretera de paso, así que de pies en mi moto, voy atravesando “territorio off road”, que si bien al principio, hasta te divierte, al final ya estás pensando “¡cuándo termina esto!”.


De repente, caravana y control policial con un montón de militares en mitad de un camino polvoriento, van pidiendo pasaportes, me preguntan hacia donde voy, les digo que a Irán, ¿Sola?, ¡sí!, ¿A Irán?, Irán no es bueno. Supongo que las sonrisas siempre abren puertas, así que con ella, me despido de los soldados que me dan la mano y me desean suerte, avanzo, y a los pocos kilómetros otro control policial, y así, cinco hasta llegar al punto fronterizo con Irán; estoy en la parte turca.

He pasado el control turco, y estoy ahora en esa zona intermedia entre un país y otro, esa zona fronteriza que parece territorio de todos y de nadie, la barrera de la frontera iraní se abre por un militar, estoy en Irán, bueno a las puertas de Irán.


"Welcome to Iran" y en cuentro con el Muharram

Una vez abierta la barrera, el militar me señala donde aparcar la moto y me pregunta por el resto de motos, le indico que no hay y que viajo sola. La frontera no está asfaltada, es un camino de tierra y el edificio, viejo, con instalaciones muy deterioradas y un montón de gente gritándote para cambiar dinero, está en medio.

Mi entrada en el edificio fue singular, todos me miraban y me preguntaban insistentemente por mi marido, les resultaba imposible que viajara sola. De repente “alguien” me pide el pasaporte y se lo doy, al rato mi carnet de passage y se lo llevan; “me encuentro desnuda” documentalmente hablando, y en una sala donde solo había hombres arremolinados a mi alrededor haciéndome preguntas en farsi que no entendía.


Se había creado un pequeño gran revuelo con mi llegada a la frontera, no están acostumbrados a que haya turistas, y menos en moto y todavía menos una mujer sola.

Sentada, me siento observada por todos, y noto como todos hablan de mi, unos me dicen que vaya para un lado, otros que para el otro... Al cabo de media hora un militar me viene a buscar y me meten en una sala, yo pienso, “esto puede ser muy bueno o muy malo”, al final entendí que querían alejarme de todo el jaleo que se había montado.

Me piden que me siente y espere, pregunto si mi moto está segura, me dicen que si. Me preguntan para que vengo a Irán, qué lugares pienso visitar, y mi documentación sigue sin aparecer; aunque preocupada nada puedo hacer, es un país que desconocía, así que allí en una esquina de aquella lúgubre oficina espero y espero. Otro militar me dice que le siga, me lleva a otra oficina y allí veo mi pasaporte y mi carnet de passage, lo que me tranquiliza bastante.


El militar me pregunta nuevamente por mis motivos para visitar Irán, si no tengo marido, por qué viajo sola, pero al final se ríe y me dice "WELCOME TO IRAN", famosa expresión que escucharé un montón de veces todos los días alrededor del país. “Irán es seguro” recalca y pone el sello de entrada, ¡disfrute de nuestro país!. Me acompaña a cambiar dinero donde un conocido suyo y ordena que me levanten la barrera, yo antes de salir con la moto, vuelvo a preguntar, “¿Ya puedo irme?, si, si puedes marcharte”, “¿Todo OK? Insisto”, ¡Sí, buen viaje!.

Ante el griterío de más hombres amontonados a la salida de la frontera, salgo y unos metros más adelante paro y me digo a mi misma… ¡estoy en irán!.


Mi primera noche en el país Persa y el Muharram

Intento que mi GPS me lleve hasta Urmía, pero, no “adquiere satélites”, como ocurriría muchas veces en mi recorrido por el país. “Benditos mapas, de toda la vida”, con un buen mapa y brújula en mano siempre encuentra uno el norte.


Es de noche, y por lo que había mirado, Urmía está a unos 55 kilómetros, pregunto en la primera gasolinera donde paro a repostar y me dicen que es todo recto. Por cierto, la gasolina esta a 0.43 céntimos de euro, si ¡0.43!, y a medida que me acerqué al Golfo Pérsico, el precio fue cada vez menor.

Llego a Urmía, no puedo llamar a la persona con la que he quedado para alojarme, así que paro en una calle y pido ayuda a unos señores que estaban hablando, desde su teléfono le llaman, me vendrá a recoger allí mismo…la moto molesta, me cortan el tráfico para que la gire y la cambie, me sacan un poco de zumo, ¡Esta gente es encantadora!... de repente 20 personas a mi alrededor viendo la moto y lo extraño de una turista motorizada… la gente muy amable, todos me sonríen y quieren ayudar. Uno de estos señores, me dice que no es necesario el pañuelo, "Urmia no musulmán" me dice, me vienen a buscar y allí estaba yo, entretenida, haciendo sesión de fotos con aquella gente que parecía conocer ya de toda la vida…el recibimiento fue excepcional.


Me instalo y voy a cenar (estupenda cena turca), a un restaurante de Urmía, veo banderas y pregunto qué pasa “es la fiesta del MUHARRAM”… y yo aquí, ¡qué suerte poderla conocer y disfrutar!. El Muharram es algo como nuestra Semana Santa. Los iraníes me dicen que es una pena que vaya en esta época porque es un mes de recogimiento, pero para mí, es todo lo contrario, porque podré ver y tener una opinión de primera mano sobre lo que tantas veces vemos en televisión, y que muchas veces nos asusta.

A lo largo de mis veinte días por Irán, pude ver en cada ciudad las celebraciones, donde los hombres desfilan conmemorando el martirio del Imán Hussein, golpeándose la espalada con una especie de látigo con cadenas, o el pecho con las manos, para simular el dolor que sintió Hussein durante su martirio, repitiendo su nombre una y otra vez acompasadamente.


Se reparte bebida y comida gratis como forma de ofrecer algo a cambio de cumplirse sus plegarias. Recuerdo, que al principio, pensé que me querían vender cosas, no entendía muy bien porque venían con comida, hasta que una chica me explicó que era una costumbre en el Muharram, y que además lo que me estaban ofreciendo en aquel momento era Ashura, un postre típico en esa época. Después de esto, tenía mi moto, todos los días llena de comida, todo el mundo me daba algo y yo sin espacio donde guardarlo, tenía que dejarlo lamentablemente en la siguiente esquina. La generosidad iraní es fantástica, “no te piden, te dan”.

En sus procesiones y al igual que en España, sacan las imágenes por las calles, allí también lo hacen con una especie de gran escultura triangular, que no logré entender muy bien lo que significaba y al igual que aquí, también hay costaleros para llevarlas.


Una pareja joven, me preguntó que pensaba de aquello y les respondí que en España teníamos algo parecido, lo que les sorprendió, porque me dijeron que todo el mundo fuera de su país les mira como “gente peligrosa y terrorista que desfila por fanatismo”.

Y es que, una de las cosas que pude apreciar durante mi viaje alrededor de Irán, fue el “tremendo pesar del pueblo iraní” por esta mala imagen que tenemos de ellos; siempre me comentaban en las diversas ciudades que visité “los gobiernos son una cosa y las personas otra”, “no somos peligrosos, no somos terroristas”, y cuando estás unos días en el país, te das cuenta de ello, que son gente tranquila, de paz; nunca vi peleas, ni discusiones y aunque hubo de todo, la mayoría es gente educada, con inquietudes por conocer cosas acerca de nuestro país, y con la eterna preocupación que se convertía en cotidiana pregunta ¿Qué piensas ahora que viajas por nuestro país?,. Cuando tienes una tertulia con ellos, aflora esa pena que sienten por ser vistos como fanáticos y violentos.

He de decir, que cuando llegaba a un sitio, los niños se acercaban con mucha educación y no tacaban la moto hasta que su padre me preguntaba a mí, y les daba permiso.


Muchas veces, cuando me veían con la moto parada en algún lado, se acercaban y me preguntaban primero si necesitaba ayuda y luego de dónde era, “España, respondía yo”, y entonces sacaban el móvil para enseñarles a sus hijos donde estaba este país. Además, todos, querían una foto conmigo, era una mujer en una moto de gran cilindrada y viajando sola por su país.

Una de las cosas que me pasó muchas veces es cuando las mujeres veían que no era un hombre quien llevaba la moto, se ponían a mi lado, y me hacían la V con la mano, orgullosas de verme conducir; las mujeres allí, conducen coches, pero les está prohibido hacerlo en moto, e incluso en bicicleta.

A veces, conseguía tener conversaciones con las mujeres del país, que si bien, es de justicia decir que trabajan, conducen, se casan y se divorcian y una larga similitud con cualquier mujer europea, a la mayoría, la imposición del velo las agobia. Todas te dicen que antes de la revolución podían vestir como quisieran y no llevaban velo pero que ahora, para la mujer no es fácil vivir en Irán. Por cierto, a la mujer, a pesar de poder parecer contradictorio, se la respeta mucho. Personalmente, puedo contar, que he paseado de noche por calles de diferentes pueblos y ciudades del país persa, y nunca, nunca, tuve ningún problema.


Estoy en Urmía, es mi primer día en Irán, y aunque todo es diferente, no me siento insegura, e incluso la gente de la calle me dice el famoso "welcome to Irán", que a lo largo de mi viaje escucharé muchas veces.


 
 
 

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